domingo, 5 de febrero de 2012

El ascenso de los fascismos

El ascenso de los fascismos
Al finalizar la I Guerra Mundial, Europa vivió una situación especialmente difícil. Tenía que recuperarse de los daños ocasionados por la guerra y se percibía el peligro de una revolución obrera (hubo varios intentos en este sentido). Además, desde principios de los años 30, llegaron los efectos de la depresión económica del 29, cuando los Estados Unidos retiraron los capitales invertidos para dar prioridad a sus problemas internos.
Como consecuencia, el sistema liberal entró en una profunda crisis. Los países de larga tradición democrática como Gran Bretaña y Francia, pudieron hacerle frente, aunque con grandes dificultades. Los Estados Unidos aplicaron la política del New Deal, bajo la presidencia de Roosevelt. Pero en otros casos, se desarrollaron con fuerza movimientos nacionalistas, totalitarios y anticomunistas: los fascismos.
Se iniciaron en un clima de inseguridad vivido por las clases medias desde el fin de la guerra. Al principio, utilizaron un discurso extremista (una combinación de elementos nacionalistas y socialistas). Eso les permitió atraerse a una parte del proletariado y ser movimientos de masas. Pero sólo alcanzaron el poder cuando consiguieron ganarse el apoyo de los grandes capitalistas, temerosos de una revolución como la que había triunfado en Rusia.
Los ejemplos más significativos que tomaron el poder fueron el Fascismo italiano (en 1922) y el Nazismo alemán (en 1933).

El fascismo italiano
Italia fue uno de los países vencedores en la I Guerra mundial. Pero muchos italianos hablaron de una “victoria mutilada”, sin las compensaciones territoriales que esperaban. Como en otros países, la posguerra estuvo acompañada de enfrentamientos y conflictos revolucionarios, como la ocupación de fábricas. Las clases medias temieron una revolución comunista. En estas condiciones, un antiguo socialista y combatiente, Benito Mussolini, fundó un grupo antiliberal y ultranacionalista en 1919, los fascios de combate. Sus militantes vestían como uniforme la camisa negra, hacían el saludo romano y practicaban una violencia selectiva contra los grupos socialistas y comunistas. El movimiento creció con rapidez.
En 1922 su representación en el Parlamento era pequeña. Pronto se ganó el apoyo de las fuerzas conservadoras y, tras una demostración de fuerza (la marcha sobre Roma), Mussolini fue nombrado jefe de gobierno por el rey Víctor Manuel III.




Al principio gobernó respetando algunas instituciones del sistema liberal. En 1926 implantó una dictadura, con un Estado que llamó “totalitario”. Eliminó a los partidos de la oposición (socialistas, comunistas, democristianos) quedando como único el Partido Nacional Fascista, cuyos órganos se equiparan a los órganos del Estado.
Trabajadores y empresarios se encuadran en el sistema de las corporaciones, se suprime la huelga, etc. La política económica es dirigista, impulsa grandes obras públicas e implanta la autarquía. También se fomenta el incremento de la población premiando la natalidad. La resistencia antifascista -poco activa- fue eliminada y la masa del pueblo italiano aceptó el fascismo, entre la pasividad y el entusiasmo. Mussolini se convierte en el jefe todopoderoso, el Duce.
El régimen fascista resolvió sus dificultades con la Iglesia católica mediante la firma de los Pactos de Letrán (1929), por los que se creaba el Estado Vaticano. Así se ganaba el apoyo de buena parte de los católicos.
En los años 30 se marcaron objetivos expansivos: la conquista de Abisinia, el apoyo a Franco en la Guerra Civil española. Eso reforzó la amistad con la Alemania nazi (Eje Roma-Berlín) y anunció la catástrofe de una nueva guerra mundial.


El nacionalsocialismo alemán
El final de la Guerra fue especialmente duro para Alemania. Inmersa en una crisis económica, desmoralizada por la derrota, se sintió muy humillada por las condiciones de la paz de Versalles: perdió sus colonias, fue parcialmente desmilitarizada y, sobre todo, tenía que pagar las reparaciones de guerra. Alemania también vivió intentos de revolución socialista -los espartaquistas-, que acabaron siendo derrotados.
El clima de crisis y humillación nacional fue propicio para los primeros pasos del nazismo. Su líder indiscutible fue Adolf Hitler, al frente del Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes. Siendo todavía un grupo pequeño, en 1923 intentó tomar el poder con apoyo de los militares: el “putch de la cervecería” en Munich. Hitler fracasó y fue a la cárcel. Allí escribió Mi lucha, donde expuso un programa cercano al del fascismo italiano pero resaltando el antisemitismo.
La crisis de 1929 hundió la economía alemana. Se disparó el número de parados. La idea de una posible revolución comunista volvió a cobrar fuerza. Los grandes capitalistas empezaron a apoyar al Partido Nazi, que creció rápidamente al presentarse como la solución de los problemas mediante un gobierno fuerte y autoritario. En las elecciones de 1932 obtuvieron el mayor número de votos, aunque sin mayoría absoluta. Y en enero de 1933, Hitler era nombrado canciller mediante un pacto con los sectores conservadores. En apenas un año, había implantado su dictadura, el Tercer Reich: eliminación violenta de la oposición, sindicación obligatoria, prohibición de la huelga, etc.

La ideología del Estado nazi se resume en su eslogan: “un pueblo, un imperio, un jefe”.
  • Un pueblo, el alemán, encarnación de la “raza aria”, superior a las demás y especialmente frente a los judíos. Éstos -considerados como culpables de todos los males del país- fueron gradualmente perseguidos, hasta decretar su exterminio durante la II Guerra Mundial.
  • Un imperio, unificador de los territorios donde había comunidades de origen alemán y conquistador de otros como “espacio vital”.
  • Un jefe (el Führer), el líder carismático que concentra todo el poder y dirige el país con autoridad.
Hitler inició una política armamentística (fábricas de Krupp, Thyssen) y de obras públicas que resolvió la crisis económica. En el plano internacional, desarrolló una política imperialista y expansiva, cuyo desenlace fue la II Guerra Mundial.



Leni Riefenstahl
Helene Bertha Amalie «Leni» Riefenstahl (1902 – 2003) fue una actriz y cineasta alemana, célebre por sus talentosas producciones propagandísticas del régimen de la Alemania nazi.
En 1932 escuchó a Adolf Hitler en un mitin y le ofreció todo su talento y colaboración. A través de Rudolf Hess, Hitler le ofreció filmar la concentración del Partido Nazi en el Campo Zeppelín de Núremberg en 1933 ya que el dictador se había quedado muy impresionado con el primer trabajo de Leni como directora cinematográfica con La Luz Azul. Riefenstahl aceptó la propuesta y realizó lo que hoy se conoce como La Trilogía de Núremberg, uno de los documentales político-propagandísticos más efectivos jamás filmado, formada por: en
  • Der Sieg des Glaubens (Victoria de fe, 1933)
  • Triumph des Willens (El triunfo de la voluntad, 1934)
  • Tag der Freiheit: Unsere Wehrmacht (Día de libertad: nuestras Fuerzas Armadas, 1935)
Su siguiente obra importante como directora fue el megadocumental de más de cuatro horas de duración Olympia (Parte I Festival de las Naciones y Parte II Festival de la belleza, 1938), en la que filmó los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, conocidos como las Olimpiadas de Hitler. Verdadero hito cinematográfico ya que nunca antes se habían filmado unos JJ. OO. Sobre este film pesa la controversia de ser también un trabajo propagandistico a favor del régimen nazi, debido a su alto contenido político. Aun así, cabe destacar los peculiares enfoques en los detalles instantáneos del movimiento, las tomas en cámara lenta (hoy en día, sus técnicas de tomas en movimiento son muy usadas) además de introducir avances técnicos y de producción utilizados por Riefenstahl en estos trabajos, ya que fue pionera en la utilización de medios y formas de rodaje y post-producción muy comunes hoy día en las producciones audiovisuales, pero indudablemente innovadores en la época.




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